Burns like fire {Priv. Mattew Brauer}

Sostengo en mis manos el reloj de bolsillo que ya se ha convertido en un símbolo constante de seguridad personal. Lo he cuidado bien; su cubierta de plata sigue brillando entrecana, la larga cadena está perfectamente conservada, la pantalla de cristal no mantiene ni un pequeño razguño. Está como nuevo: sin una huella de óxido manchando su excelencia, y todo el tiempo lo he cargado conmigo, alimentándolo de mi energía vital para darle cuerda. Es por eso que no comprendo...

La aguja horaria está parada a unos 105 grados en el ángulo del reloj, señalando las 11; el minutero se mueve imperceptiblemente desde el vértice exacto, firmando 15; el segundero avanza de los 198 grados a los 197, completando 37.

Son las 11:15 con 37 segundos. Eso decía hace un momento. Ahora marca las 11:35 con 35.

—Mierda, ¿lo ves?—gruño con fastidio a nadie en particular, sacudiéndo el reloj con la absurda esperanza de que eso lo arregle—No soy yo; esto está defectuoso.

Dejo el objeto por la paz un momento, recostándolo sobre mi regazo al tiempo que hago la cabeza hacia atrás para apoyarla en la media pared que bordea la azotea, un ruido hueco rezonando conciso. Me pregunto vagamente si alguien habrá intentado suicidarse en el instituto alguna vez, pero la duda se esfuma casi de inmediato. Cierro los ojos y aprieto el artefacto en un puño, resoplando con fastidio.

Me preocupa. Más de lo que debería. O quizá lo justo, dice una vocecilla en mi cabeza, pero la callo de tajo.

El asunto es: este reloj me lo dio mi madre, la Santa Muerte en persona. Hecho por ella misma, también. Está diseñado para no fallar, a menos que yo le falle. Si, digamos, no lo tuviera conmigo todo el tiempo. Una muestra indirecta de ingratitud, tal vez incluso traición. Pero siempre lo he tenido cerca y preferiría morir antes de ser desleal a mi creadora, así que eso no es una posibilidad. Lo único que quedaría, entonces, sería que algo estuviera mal conmigo. Porque este objeto se alimenta de mí, y si no es esa la razón entonces no puedo imaginarme.

—Qué putada—maldigo, y me sorprende que se distinga mi frustración en el tono. Eso usualmente no pasa, tampoco—. Esta escuela...—siseo, pero me detengo a media sentencia. Alzo los ojos al cielo. Hoy está azul vibrante, el humor del otoño dándole un respiro al panorama—. Esta puta escuela...

El día está de buenas, pero yo no.