I'm a bad guy [Priv Ryû]

Había escapado de la escuela. No porque se fuera a ir para siempre, claro que no. Pero sí que se había escapado esa mañana de un sábado para tomarse el día libre, lejos de gente que le dijese qué hacer o qué pensar. No quería atender a clientes dentro de los host así que mantenerse al margen de todo ello por ese día no iba a hacerle ningún mal, con suerte sería incluso al contrario. Se mordió suavemente el labio inferior al darse cuenta de que andaba desorientado, sin tener ni idea de por dónde iba ya. No conocía la zona, iba ya por su segundo año en la escuela y era la primera vez que salía de la ciudad en demasiado tiempo. También era la primera vez que iba solo, eso lo empeoraba más si cabía la posibilidad.

Frenó en seco cuando llegó a una enorme edificación. Casi se la había comido. ¿Cómo no había podido verla antes? Dedicó una perpleja mirada a la mansión. Tenía pinta de abandonada, por no decir que parecía que se fuera a caer en miles de pedazos. Paseó su mirada por las paredes tan dañadas por el paso del tiempo. Lástima de que aquel lugar estuviera así... ¿a quién quería engañar? Le parecía emocionante haber encontrado aquello y pensaba que, el que estuviera así la mansión, solo hacía más interesante la aventura, pues ya tenía en la cabeza el que iba a entrar ahí y nadie conseguiría sacarlo hasta que no la explorase entera.

Justo cuando iba a poner un pie en el interior, se estremeció de pies a cabeza, quedando momentáneamente desorientado al oír pasos detrás suya. ¿Le habían seguido desde la escuela? No quería que le obligasen a volver, no tan pronto.
Rápidamente, se acercó a la puerta y agarró el pomo, tratando de abrirla. Craso error. Cuando quiso darse cuenta, estaba ejerciendo demasiada presión en un desesperado intento de abrirla y, en menos de un segundo, el pomo estaba en sus manos. Se quedó blanco como la nieve al ver aquello, dejando caer el pomo al suelo, pues ya no le era útil. Tenía que encontrar otra forma de entrar. Y hacerlo antes de que... mierda, no escuchaba más pasos. Eso solo podía significar que su cazador ya le había alcanzado. Se sintió un poco paranoico por esos pensamientos, pero igualmente se obligó a sí mismo a darse la vuelta lentamente, descubriendo por fin el rostro de la persona que le había seguido.

No pudo evitar el lamerse los labios al notarlos secos por los nervios, tampoco tenía mucha saliva con la que poder hidratarse pero era mejor que nada. Vagó su mirada por el chico, parecía inocente y completamente fuera de onda. ¿Qué hacía ahí? Bajó los escalones de la entrada de la casa, acercándose a verle con una expresión tranquila hasta que, de pronto, esbozó una gran sonrisa, de oreja a oreja. Sí, esa alegría natural que tenía Seth y que le hacía encantador. Eso no significaba que estuviera interesado en el chico, más bien... solo iba a sacarle información.

—La verdad es que no tengo ni la más remota idea de dónde estamos. —Respondió con una dolorosa sinceridad, encogiéndose seguidamente de hombros.— Aunque no estaremos muy lejos de la escuela, porque imagino que tú también eres de la misma escuela a la que voy yo. La que está en la ciudad, digo. —Fue hablando atropelladamente, en su tono usual lleno de vida y alegría. Su hiperactividad se veía reflejada en cada movimiento de manos exagerado que hacía y que acompañaban a sus alegres palabras.— Aunque bueno, me hago una idea de dónde estamos. Me han hablado de una mansión abandonada que había a las afueras de la ciudad, así que imagino que es esta. —Finalizó así su monólogo, girando sobre sí mismo para volver a fijar la vista en la mansión, dedicando una mirada hacia esta, totalmente embelesado. Quiero entrar, pensó vagamente.

Se separó del menor para regresar al lugar donde estaba anteriormente, colocando una mano en la puerta para ejercer presión sobre esta, intentando abrirla aunque ya no hubiese pomo. ¿Qué pasaba con su nuevo acompañante? Lo cierto es que se había olvidado completamente de él.

Lo cierto es que, sin ir más lejos, ni siquiera se había dado cuenta de la ausencia del menor en aquel lugar. Estaba demasiado centrado. La verdad es que hasta había pensado el derribar la puerta a golpes, pero dudaba que fuera a ser bueno para su cuerpo el intentarlo. No es que fuera un debilucho ni nada, pero la puerta tampoco parecía ser especialmente fácil de romper. Se separó un poco de ella al cabo de unos minutos, pensando que tendría que ir hacia alguna de las ventanas y entrar por ahí, tampoco le supondría un gran problema el hacerlo. Las entradas furtivas a lugares no recomendables eran divertidas. Siempre lo habían sido. Una sonrisa traviesa estaba a punto de formarse en sus labios cuando escuchó que la puerta de arriba.

Sobresaltado, retrocedió un par de pasos, mirando ojiplático hacia la puerta que se abría. ¿Cómo era posible? No podía haber nadie dentro en ese lugar. ¿Y si era un fantasma? Notó como su corazón latía desbocado, no por miedo, más por ilusión y ganas de encontrarse con una criatura semejante. Gran decepción se llevó al descubrir que se trataba del chico que había visto previamente. Espera... ¿qué hacía ahí dentro ese chico? Se giró hacia el lugar donde le había dejado, descubriéndolo vacío. Había conseguido entrar antes que él. Vaya, eso había herido su orgullo en lo más profundo. Sin embargo, la curiosidad le pudo más que el dolor de corazón y se animó a acercarse de nuevo, apartándole de la entrada para poder pasar al interior con cierta brusquedad. No a posta, solo por la emoción del momento.

—¿Cómo has entrado? No te vi hacerlo. -Preguntó, mirando a todos lados. La luz que le proporcionaba la puerta abierta permitía que pudiera ver una estancia en ruinas. La pintura de las paredes era ya escasa, por no decir que en algunas zonas se podía ver incluso el ladrillo.— Vaya, este lugar es bastante extraño~. —Canturreó alegremente, posando su mirada de vuelta en el otro.— Deberías regresar a la escuela, estás que das asco. —Dijo sin mala intención, tan solo expresó aquello que se le vino a la cabeza, sin pensar que pudiera resultar grosero o desagradable.

Seguidamente, apartó la mano del hombro del menor y dio otro paso más en el interior, buscando el asomarse a la puerta más cercana para soltar una exclamación ahogada al descubrir un salón en ruinas. Su sonrisa tan solo crecía por segundos, hasta daba pequeños saltitos de alegría ante lo que acababa de encontrar. Quería ver más, mucho más. Paró un segundo y se giró al chico, comprobando que aún no se había ido.

—Por cierto... ¿cómo decías que te llamabas? —Preguntó, en voz alta para que pudiera oírle, escuchando como seguidamente resonaba el eco en toda la sala.— Qué cool... —Murmuró tras el eco.

Totalmente ajeno a la molestia del chico, el moreno siguió observando la mansión, aunque frenó en seco cuando escuchó el nombre del menor. Ryû... hizo un esfuerzo mental, tratando de memorizarlo para no tener que volverle a decir "chico" o semejantes, aunque estaba casi seguro de que en menos de unas horas, se le habría olvidado completamente el nombre del muchacho si no comenzaba a usarlo ya. Giró sobre sus propios talones, justo a tiempo para ver que tiraba la linterna al suelo y se frotaba los ojos.

Se acercó lentamente al menor. ¿Estaba preocupado por él? No, lo cierto es que solo sentía cierta curiosidad mientras iba deduciendo lo que había pasado. Supuso que tan solo estaba momentáneamente cegado al haberse alumbrado con la linterna en la cara. Casi tuvo ganas de reír, pero no era el momento de meter la pata y, esta vez, sabía que reírse del moreno podría considerarse como una grosería. Punto a favor.

—Ryû. —Repitió en voz alta una última vez para memorizarlo y también atraer su atención.— Yo me llamo Seth. Seth Owens. Estoy en el segundo curso de la escuela de Somerset. —Explicó lentamente, inclinándose sobre el otro para mirarle bien la cara.— ¿Estás bien? ¿Puedes verme?

Hizo un movimiento rápido con la mano, pasándolo frente a la cara del muchacho para ver si había alguna respuesta a sus actos. Sonrió levemente a modo de consolación, si es que ayudaba al otro para que se tranquilizase o lo que fuera y luego se agachó a recoger la linterna del suelo, cuidando de no apuntar con ella a ninguno de los dos.
Seguidamente, volvió a dar un giro e iluminó con la linterna el cuarto que había al otro lado, por donde podía entrever unas escaleras. Sintió como, nuevamente, su corazón latía desbocado por la emoción y se separó un poco del otro chico para poder acercarse a la puerta de entrada a la nueva estancia.