Realidad engañosa –/Libre/-

Una danza de coros llenos de armonía resonaban por toda la capilla, llenando a todos los creyentes de esperanza mientras aquello duraba, transmitiéndoles una extraña paz mientras aquel sonido celestial parecía calmar el interior de cada uno de los mortales que estaban ahí reunidos para ser salvados de algo que solo ellos sabían en sus más grandes temores y pecados. Pero el solo veía aquello desde una esquina, sintiéndose un intruso, alguien que no pertenecía a ese lugar, pero los colores de aquel coro le traían recuerdos de un pasado casi inexistente y confuso, pero su mirada estaba posada sobre aquella enorme estatua de lo que se decía era el dios que veneraban en ese lugar, una imagen confusa para el al sentir que era errónea, pero solo siguió inmóvil, quieto en aquella esquina, apoyado sobre la pared con los brazos cruzados mientras se desconectaba de aquel momento y perderse ahora en sus recuerdos.

Perdiendo por completo la noción del tiempo hasta que sus ojos volvieron a mostrarle aquellos bancos ahora vacios, los cantos ya no existían, ni rastro de aquellos colores; Ahora el lugar estaba frio, solitario, casi oscuro y muerto, no había vida como hacia un par de horas tal vez atrás.

Así que lentamente perdió aquella pose que tuvo desde el principio, incorporándose por completo antes de avanzar con tal silencio que ni siquiera sus pies descalzos se escuchaban al andar, percatándose de que nunca nadie había estado ahí, que todo había sido solo parte de sus recuerdos, un sueño, ya que las bancas se encontraban empolvadas y aquella estatua… Esa figura de gran tamaño al fondo estaba algo destruida por el paso de los años.

Las paredes cuarteadas dejaban que entrara el aroma del atardecer, el crepúsculo que despedía al sol para dejar a la Luna ahora en el alto cielo, dejando entrar por última vez la escasa luz de colores a través de los vitrales y el sonido de los animales, aves en su mayoría, cesaron por completo, dejando solo su suave respiración como único sonido en todo el lugar, y así como los animales callaron y el bosque dormía, el se quedo inmóvil, en medio de aquel lugar, cerrando aquellos ojos plata como si también se desconectara de aquella realidad mientras el tiempo transcurría hasta que su cuerpo fue lentamente bañado por una luz cálida, blanca y pura; La luz de la Luna.

Y así como su cuerpo era bañado por aquella hermosa luz, sus alas aparecían lentamente sobre su espalda y aquellos ojos filosos como el de una serpiente, feroces como los de un felino, se abrieron, alzando la vista, así como su brazo lentamente –Madre- Susurro,  al sentir como lentamente aquella luz se despedía al estar ahora oculta tras las pesadas nubes oscuras, dejándole solo nuevamente en aquel lugar extraño para él.

Si tuviera que explicarlo, diría que fue un impulso inconsciente. Una casualidad, si ingenuamente se cree en ese concepto.

En mi vida habré visitado un camposanto quizá tres veces, y siento que estoy dramatizando las cosas. Resulta absurdo para un cosechador ir a donde los cuerpos descansan, carcomidos y ahuecados, desprovistos de sus almas tiempo atrás; es una experiencia insípida. Las primeras veces me habré acercado al panteón por mera curiosidad. Recuerdo haber presenciado una ceremonia completa. La cosa más aburrida que he visto, realmente. No pude evitar compararla a las épocas antiguas; el óbolo de Caronte, los honoríficos a mi Santa madre, las tradiciones más significativas. Me dio asco.

Ahora... ahora no podría explicar mi motivo para estar aquí. Casualidad. La palabra trata de forzar su lugar en mis pensamientos, pero es una imposibilidad tan grande y ridícula que me provoca una carcajada seca. Un ladrido, más propiamente.

Echo un vistazo a los alrededores. A esta hora en la noche el cementerio se antoja sublime, eso se lo concedo. Los árboles son altos y frondosos, sus ramas y hojas provocando sombras tétricas en el escenario. La luna mengua a lo alto en el cielo, asomándose y desapareciendo intermitentemente entre nubes finas y escasamente preñadas. Hay un ligero resplandor verdoso, una combinación de la esencia de las ánimas y el propio verdor del césped reflejándose en las gotas de rocío que flotan en el aire. Una belleza, pero no soy uno para apreciar esas cosas.

Hay una capilla al fondo.

Esto no es nada raro. Las velaciones tienen que hacerse en algún lugar. Despedirse de los muertos, rezar a su Dios, confesar sus pecados, todas esas cosas se hacen ahí, bajo el concepto de que es un lugar seguro. La creencia de que la tierra en este sitio ha sido bendecida ayuda a calmar las penas de los humanos, pero si me preguntan todo ello no es más que un efecto placebo. Un gran fastidio.

Pero me extraña que haya alguien dentro. No solo es tarde: visitar una iglesia es algo insólito en estos tiempos. El placebo dejó de funcionar, la gente perdió la esperanza, qué se yo. No cambia nada, nada, excepto a los humanos.

Inhalo hondamente. Sí, la inconfundible esencia de alguien. Poderoso, además. Es un aroma suave, casi sin sabor. Aroma a noche, a luz de luna, a humedad. Le sienta bien a este lugar. Sin pensarlo me dirijo hacia la capilla, las manos en los bolsillos de mi chamarra azul, la nariz fría y probablemente colorada por la temperatura helada. Es otoño y se siente que el invierno está sólo a una vuelta. Es algo refrescante.

Los peldaños de madera vieja rechinan bajo mi peso, quejándose después de años de descuido y putrefacción. El suelo esta cubierto por una espesa capa de polvo, las partículas alzándose a cada paso que doy. Noto que más adelante hay huellas marcadas en el piso, marca perfecta de pies descalzos, aunque la madera parece haber sido higienizada a fondo justo en esos puntos. Quien sea que esté aquí dentro, debe ser especial. Me vuelvo ligeramente hacia atrás para apreciar mi propia impresión; pisadas turbias y polvosas. Chasqueo la lengua con molestia.

Sigo las pisadas impecables con la seguridad de que me llevarán a esta persona misteriosa. Cruzo el pasillo de la iglesia, bancos sucios al igual que el resto del edificio posicionados a ambos lados, y me acerco al frente, donde el sacerdote usualmente balbucea sus sermones. Las huellas me guían hacia la izquieda, donde se aprecia un gran arco que conduce a un area estrecha. Hay un ventanal grande en el fondo, y la escena me recuerda vagamente a uno de mis sueños más recurrentes, pero alejo el pensamiento con premura.

Incluso a distancia puedo distinguir la silueta de alguien. ¿Mujer? ¿Hombre?

Es alto -más que yo, pero eso no es novedad-, lo que delata su masculinidad, pero su larga cabellera y esbelta figura claramente podrían engañar. Desde aquí siento que emana energía, y eso confirma mis suposiciones: es alguien especial y poderoso, e incluso sus alas no logran convencerme de que su posición vaya más abajo que la de un arcángel, quizá incluso una deidad. Pero ahora, ¿qué hace uno de esos aquí? Y maldición si no me pega la curiosidad.

—Hey—arrastro las palabras a modo de saludo e intento de conversación—. Linda fiesta, ¿te importa si me uno?

Aquellas enormes alas se agitaron sin siquiera hacer un sonido como el del aleteo de las aves, provocando una notoria ráfaga de viento que sacudió todo a su alrededor, causando que las partículas de polvo flotaran como un pequeño universo por todo la pequeña habitación, siendo un espectáculo para sus ojos que veían aquellas partículas de modo lento, alzando su mano para juntar una pequeña cantidad de aquellas partículas para crear una pequeña estrella, soplándole para que flotara  junto con las demás partículas, observando cómo se veía solitaria aquella estrella junto a sus hermanas, y era así como él se sentía, pero solo se volteo, yendo hacia uno de los enormes vitrales rotos para poder observar el cielo nocturno como toda noche.

Siendo aquello como una tradición, algo habitual en él, se cruzo de brazos mientras observaba de manera quieta el movimiento de las nubes solo para esperar a que la luna fuera despejada, pero al oír aquel extraño timbre de voz bajo sus brazos, dándose la media vuelta para enfocar al ser que se encontraba ahí, siendo aquella cabellera azulada lo que vio primero, bajando solo un poco la vista sin decir nada, pero ante la mención de una fiesta su mirada se poso en los minúsculas partículas de polvo que iban asentándose nuevamente en el suelo de madera, así como aquella pequeña estrella que al caer quedo la forma marcada de color azul brillante por escasos segundos, antes de apagarse como la vida misma.

Pero su atención fue nuevamente hacia el pequeño ser, sintiéndose por dentro algo sorprendido, ya que era inusual que desearan quedarse cerca de él, pero solo hizo un pequeño ademan de que era bienvenido de hacer lo que quisiera, ya que estaban en un lugar que no era de nadie de por sí y era libre aquel joven de cabellera azulada de hacer lo que quisiera, hasta de destruir todo a su paso, no le importaría mucho, pero se quedo callado, ya que él no sabía empezar una conversación, no sabía de temas interesantes ni como interactuar tras varios siglos, pero solo se acerco al otro joven a pasos largos, firmes para así acortar esa larga distancia entre ambos seres, arrestando su larga cabellera, pero parecía que esta no parecía ensuciarse.

Pero si algo deseaba preguntarle y saber, era el lugar donde estaban, ya que aquel lugar era  algo conocido, algo ambiguo, pero no se atrevió a preguntar nada, solo extendió su mano hacia él, mientras hacía resonar dentro de la mente de aquel joven su nombre -/Shen M. Lune/-.

El 'ángel', que es como he decidido llamarle -independientemente de si lo es o no- posa sus ojos plateados sobre mí, y son tan grandes y bonitos que no puedo evitar regresarle la mirada, preguntándome ingenuamente si brillarán como espejos fuera a darles la luz directamente. Me gustaría pensar que sí.

Hay un momento de silencio, el escenario glorificado por las partículas de polvo en el aire, el tenue fulgor lunar ilusionando misticismo; y él y yo permanecemos de pie frente al otro, simplemente observándonos. Encuentro la atmósfera bastante placentera, aunque de fuera probablemente parezca incómoda. Finalmente lo veo expresar sin palabras su consentimiento, y así mismo respondo con una breve inclinación de la cabeza. El ángel se acerca a mí con pasos elegantes y agraciados, sus largos cabellos limpiando el suelo de manera literal, dejando un rastro de pulcritud a su paso, e incluso la cabellera misma parece recién tratada en el salón de belleza. Mis cejas se alzan imperceptiblemente y por poco suelto un silbido de asombro.

Cuando una mano se extiende hacia mí cordialmente, la mía hace lo mismo con escasos segundos de diferencia, pero admitiré que, mientras escuchar su voz dentro de mi cabeza casi provoca que me trepe por las paredes, me contuve bastante bien y apenas tropecé con absolutamente nada, lanzándome hacia atrás ligeramente antes de componerme. Le miro con ojos como platos, pero rápidamente sacudo la cabeza para despejarla.

—Nox—informo tras aclararme la garganta, recuperando con presteza mi actitud impasible y tomando su mano en un apretón corto e impersonal. Un instante después me cruzo de brazos, algo inseguro. Si puede hablarme mentalmente a lo más probable también puede leerme. Mi privacidad es un asunto muy delicado, sobra decir—. ¿Qué fue eso? ¿Eres...?—mierda, ¿cuál es la palabra? ¿Telequinético? No, espera, esos mueven cosas... bah, como sea—. Bueno, es igual. Sólo abstente de husmear en mi cabeza y estaremos bien. No creo que haya nada de interés ahí, pero igual. ¿Estamos?—finalmente desenlazo los brazos y enderezo mi postura a una más relajada. Con todo y su inusual habilidad -que es genial pero igualmente invasiva- me siento tranquilo en su compañía, y en cierto nivel siento que ya me agrada. Un poco—. Y a todo esto, ¿qué demonios eres?—pregunto, regresando a mi usual tono perezoso—. Oh, y puedes ofenderte, pero no iba a eso.